Carlos Somigliana (1932-1987) compartió espacio, circunstancia histórica y actitud ética-artística, con muchos de los dramaturgos englobados en ese difuso “realismo psicológico” de los años 60, que suele presentársenos como un totum, y que, por el contrario, nos propuso pluralidad de estéticas y perspectivas. Somigliana llegó al teatro desde la poesía (integró a mediados de los años 50, el grupo “El pan duro”) y esa extracción contamina toda su obra. En Amarillo su obra consagratoria de 1965, ya eran perceptibles los modelos de la tragedia histórica shakesperiana, que terminarían desnudándose, en sus versiones de Macbeth y de Ricardo III.

En las antípodas -el vodevil clásico- la idea paradojal de El nuevo mundo (como la de Peregrinación de Luz del Día de Juan Bautista Alberdi) subvierte la dialéctica “civilización-barbarie” y nos compulsa a reconocer, con el olfato experto del Marqués de Sade, el escritor libertino paradigmático (que busca en un país de América a una de sus amantes del pasado) un olor a podrido que creyó haber dejado atrás, cuando partió de la corrupta Europa.

Alberto Wainer