LOS DESVENTURADOS

DE FRANCISCO DEFILIPPIS NOVOA / DIRECCIÓN LUIS ROMERO

EN EL TEATRO

ORESTES CAVIGLIA


Con:
Rubén Stella, Horacio Peña, Millie Stegman, Alejandro Rattoni, Osvaldo Bonet, Hugo Cosiansi, Mario Nuñez, Wilder Delucca

Asistente de dirección: Mónica Quevedo

Fotografía: Gustavo Gorrini
Encargada de vestidoras: Miriam Hana
Maquillaje y Peluqería: Analía Arcas
Productora TNC: Micaela Sleigh
Asistente del escenógrafo: María Oswald
Utilero servidor de escena: Carlos Alamo o Javier Saavedra
Música original: Luis Paulo Campos
Iluminación: Miguel Solowej
Vestuario: Marcelo Valiente
Escenografía: Patricio Sarmiento

Dirección: Luis Romero





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Escrita por el entrerriano Francisco Defilippis Novoa en 1922, la obra es un importante exponente del movimiento teatral de los años veinte llamado “género chico criollo” del que participaron los mejores dramaturgos de la época, con piezas cortas escritas para ese nuevo público que conformaban la clase media, los estudiantes y los hijos de inmigrantes. Los desventurados refiere a la frustración y el fracaso de un hombre que empeñado en trabajar y ahorrar, no ve su propia realidad familiar hasta que es demasiado tarde.


La breve existencia de Defilippis Novoa sucedió entre dos fechas emblemáticas: 1889, en la que se perfiló un vigoroso cuestionamiento al proyecto liberal-conservador de los vencedores de Caseros, y 1930, en la que – tras una retirada estratégica de catorce años- la oligarquía retomó el control y la administración del Estado. Cuarenta y un años que separaron, además, dos crisis económicas mundiales en las que se ahondaron las contradicciones entre los universos materiales y espirituales.  Las crisis del capitalismo crearon en los argentinos la conciencia de que, aunque sólo sea como colonia, estábamos en el mundo, por lo que las grandes transformaciones de visiones y valores que incluían la idea de cambiar la vida, también nos concernían.

Defilippis Novoa es, quizás, el ejemplo más radical de modernidad del que dispone nuestro teatro, un teatro en el que, con notables excepciones, tras el destierro  de las poéticas originales del  Circo criollo y hasta el advenimiento del grotesco,  se observan muchas  más palabras que lenguajes;  él no era un ecléctico sino un experimental que se aventuró más que nadie por aquí en “la selva de símbolos” que anunciara Baudelaire e indagó en los nuevos conceptos dramáticos, pero siempre desde una situación propia,  nacional e histórica. Así, por ejemplo, María la tonta y, en cierto sentido, He visto a Dios, son asociables a los ensayos sobre el autosacramental y los misterios medievales de Reinhadt y Von Hofmannsthal, pero conectan espiritualmente con el anarquismo pastoral de Almafuerte y del Carriego modernista. En cuanto a Los desventurados, no puede dejar de reconocérsele la influencia de Ibsen y de su dialéctica dramática, pero, es inimaginable sin la ominosa premonición de la catástrofe que, ocho años más tarde, afectaría a la sociedad argentina.

La fábula de José, un extraordinario arquetipo social, nos introduce en un remolino de desintegración en el que se cumple, devastador, el aserto de Marx: todo lo que es sólido concluye disolviéndose en el aire. En situaciones de falsas opciones éticas, la verdad como tantas otras ideas bellas y generosas, puede desembarcar en el horror, y de eso el siglo 20 tendrá muchos ejemplos.

Alberto Wainer





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