Un día de diciembre en París me topé con un film en donde Charles Laughton hacía de pastor; era un cuento de fantasmas buenos y de recuerdos, mezcla de Dickens y Twain. Y me acordé de mi amigo Omar Calicchio.

París tiene un cielo gris en Navidad, pero sus calles están repletas de luces. Seguramente fue ese clima el que provocó el nacimiento de Ni con perros, ni con chicos… : vivir en Europa extrañando a los amigos y rodeado de recuerdos de infancia.

Claro que sólo a papá, a China Zorrilla (amiga y consejera) y a mí podría interesarnos un musical sobre Elsa y Charles; no tenía sentido aventurarse… Pero el actor preferido de mi viejo y todo aquel mundo en blanco y negro se me impuso en imágenes, y entonces Anahí Scharovsky, mi mujer y luego mi amigo Gonzalo Castagnino invirtieron parte de sus almas en ayudarme.

Vaya entonces este recuerdo para los fantasmas buenos de China, de mi papá, y para aquellos que amamos a los perros, a los chicos… y a Charles Laughton.

Fernando Albinarrate

Ni con perros, ni con chicos… es una gran historia de amor. Así me lo hizo ver Laura Oliva el día que, tras proponerme dirigir el espectáculo, nos sentamos a conversar sobre el material.

Como dice la obra: todos nos dejamos distraer por los perros y por los chicos, impidiéndonos muchas veces ver lo esencial, y eso nos lleva a cometer errores con quienes de verdad nos quieren y le dan sentido a nuestras vidas.

¿Qué lugar ocupa el perdón en nuestro universo amoroso? ¿Cuánto somos capaces de dar, y a cuánto estamos dispuestos a renunciar en nombre de los que amamos?

Fue junto a los cuatro intérpretes y al autor que fuimos descubriendo de forma paulatina la entrañable historia que narra la pieza. Un auténtico trabajo en equipo.

Por último: la música es sin duda la disciplina que toma los mejores atajos hacia nuestro universo emocional. La impecable partitura de Fernando Albinarrate fue mi mayor guía en este proceso creativo. Su confianza en mis puntos de vista ha sido un invaluable.