LA SALAMANCA

DE RICARDO ROJAS / DIRECCIÓN: ENRIQUE DE ROSAS

EN EL TEATRO


(1943) “En esta obra debuta el joven Osvaldo Bonet en el rol de El Bailarín, “bastonero del aquelarre”, según el autor.”
Fuente: Seibel, Beatriz. (2010) “Historia del Teatro Nacional Cervantes (1921-2010).”  – Bs.As. INT. pág.48


Con:
Haydee Alva, Francisco Barletta, Osvaldo Bonet, Pedro Codina, José de Angelis, Camilo Da Passano, Gustavo Doria, César Fiaschi, Mario Giusti, Santiago Gomez Cou, María A. López Gamio, Iris Marga, Liana Moabro, Pascual Pellicciotta, Blanca Podestá, Nicolás Rossi, Casimiro Ross Valls, Genaro Tortora, Luisa Vehil, Delmi Vidal

Regisseur: Enrique Duca
Bocetos y figurines: Angel Guido
Coreografía: Mercedes H. Quintana
Música: Carlos Vega, Silvia Eisenstein
Coro “a capella”: Asociación Sinfónica Femenina y Coral Argentina – Dir. Celia Torra
“Vidala” y “Malambo” con: orquesta Argentina de Cuerdas
Escenógrafo: Gregorio Lopez Naguil
Peluquería: Salerno y Garrido

Recibe el 1ºer. Premio a la Obra La Salamanca de la Comisión Nacional de Cultura.


 





fsdaf

Texto programa de mano:

LA SALAMANCA por Ricardo Rojas

“Esta pieza es una leyenda dramatizada en tres actos que corresponden a tres momentos y lugares de la acción: LA CASA DEL AMO, en una encomienda del Valle donde el drama se inicia (Acto I); LA CHOZA DE LA HECHICERA, en la Quebrada del Diablo, donde la intriga se anuda (Acto II); LA CUEVA DE ZUPAY, en un rincón de los Andes, donde el conflicto se desenlaza (Acto III). El misterio, ya insinuado en las primeras escenas, va haciéndose cada vez más denso en la progresión de esos tres momentos y lugares. La fábula consiste en un hombre cincuentón, rico, engreído, voluntarioso, concupiscente, empeñado en poseer a una niña de quince años que se le resiste; aunque ella se ha criado y vive casa de aquel hombre. A la casa ha llegado un desconocido que pidió hospedaje – y que luego ha partido fantásticamente; por sospechárselo un mago que protege a la niña, el pretendiente recurre a una hechicera para contrarrestar aquel influjo adverso. Quizá por arte de encantamiento, la sortílega se apodera de la niña para entregarla a quien la pretende, y éste, por capricho carnal, llega a hacer pacto con Zupay, el diablo indígena. Más no consigue su intento, porque el pasajero misterioso resulta ser un místico militante que viaja por vocación de caridad evangélica. Trabase lucha entre este Espíritu de Luz con aquel Espíritu de Tinieblas; y el que pactó con el diablo, concluye su vida en un desastre, mientras su antagonista entra victorioso en la Cueva, exorciza la Salamanca y salva a la inocente. Un drama de esta índole podría haber ocurrido en nuestro siglo XVII, según es posible justificarlo con documentos; y tal como lo he situado en la montaña por necesidades plásticas de máquina escénica, así he llevado la acción a su época histórica más brillante, la de origen de nuestro folklore. Aunque partiendo de una realidad regional y de una emoción vivida, debí eludir los trucos mecánicos del teatro de magia y los riesgos del teatro realista, si quería dar a esta leyenda una expresión poética superior a la rudimentaria versión folklórica, desentrañando en ella el sentido racial y universal del mito. La historia ha sido aquí sierva de la poesía, pues aquélla sólo da el sentido de la época para condicionar la verosimilitud anecdótica del poema. He llamado al protagonista EL AMO, porque es encomendero del Valle y cabildante en la Ciudad; hombre mandón y poderoso. La niña que aquel pretende, se llama LA DONCELLA, simplemente, indicando así su virginidad y candor, por la ingenua virtud con que resiste el acoso del enamorado y por la fe con que intuye en torno de ella un combate de fuerzas esotéricas. El antagonista del Amo se llama EL PEREGRINO, en el doble sentido de ser un espíritu excepcional y un pasajero misterioso. En torno de esos tres personajes se mueven los demás: LA VIUDA, madre de la Doncella y antigua querida del Amo, lo cual explica la resistencia y escrúpulos de la niña; EL ERMITAÑO, que aconseja en dos trances difíciles; EL CAPATAZ, leal servidor de su patrón; LA HECHICERA, en cuya choza se concierta el maleficio, con la colaboración de sus hijos: EL LOCO y EL ENANO. Finalmente, en el tercer acto, ZUPAY, el diablo de nuestro folklore, aparece con su corte infernal: LA DIABLESA, un súcubo nocturno y EL BAILARIN, bastonero del aquelarre, y los magistrados de la Ciudad, y algunos animales de nuestra fauna mítica: el Kacuy, el Runanturunco, el Basilisco, la Almamula, el Mandinga y otros personajes mudos. Ninguno de esos nombres envuelve alegoría de ideas abstractas; todos designan a personas vivientes, que se mueven por pasiones e ideales concretos, pero que trascienden de lo anecdótico a lo simbólico, de lo histórico a lo filosófico, de lo regional a lo universal. A través de diabólicas peripecias, triunfa el sentido religioso del drama, bien claro en su desenlace. Por todo ello esta pieza de asunto folklórico argentino se adscribe a la tradición de los llamados “misterios” en el antiguo teatro cristiano. Leyenda de pasión, de brujería y de milagro, las figuras de LA SALAMANCA han de aparecer a trasluz, como en las historiadas vidrieras de las catedrales; y quiero que así las vea el público, nítidas en su contorno y vivas en su color, pero alumbradas de afuera como por, una claridad lejana. “





fsdaf




fsdaf

Compartir